¿QUÉ hacemos contra la GRASA?
Como los lavavajillas que se anuncian en la tele bajo el eslogan de ‘el milagro antigrasa’, el cuerpo humano también tiene un mecanismo interno que controla la acumulación de grasa en las células y se encarga de convertirla en energía para el organismo, según acaban de descubrir unos científicos.
FUENTE: El Mundo Digital (02/04/2009)
Autor: Isabel F. Lantigua
No obstante, el envejecimiento puede perjudicar esta maquinaria, lo que favorece la aparición de trastornos como el hígado graso o la diabetes.
Investigadores de la Facultad de Medicina Albert Einstein de la Universidad de Yeshiva (Nueva York, EE.UU.) han visto por primera vez -tanto ‘in vitro’ como ‘in vivo’- cuáles son los agentes del cuerpo implicados en este proceso de destruir la grasa. Su descubrimiento se publica en la revista ‘Nature‘.
Todas las células necesitan energía, que toman de los nutrientes. No obstante, como medida de precaución, las células también acumulan grasa en su interior en forma de depósitos para utilizarla en caso de que les falten nutrientes. Según explica a elmundo.es Ana María Cuervo, del Departamento de Biología Molecular de la Universidad y una de las autoras de la investigación, “si la cantidad de grasa que un individuo ingiere a través de la dieta es muy alta, las células acumularían mucha más y esto podría interferir en sus funciones”.
Sin embargo, “hemos visto que las células son capaces de evitar esto. Para no acumular demasiada grasa, la movilizan constantemente para transformarla en energía. Una tarea en la que intervienen los lisosomas, que siempre se había creído que eran como contenedores de basura que limpiaban sólo las cosas malas que hay en el interior de la célula; pero que para nuestra sorpresa resulta que también tienen una función muy importante a la hora de reciclar los depósitos de grasa”, indica la especialista de Yeshiva.
El proceso, denominado autofagia -literalmente ‘comerse a uno mismo’-, consiste en que los lisosomas reciben parte de la grasa acumulada en forma de triglicéridos y la convierte en ácidos grasos que la mitocondria puede usar para producir energía. Ana María Cuervo lo ilustra de la siguiente manera: “Es como el juego del ‘comecocos’, en el que los lisosomas serían el muñeco que va por la célula comiéndose las bolsas de grasa”.
LAS CONSECUENCIAS DE LA EDAD
Las consecuencias de este exceso de grasa intracelular son negativas. Puede dar lugar a desarrollar hígado graso, una enfermedad crónica que muchas veces termina en cirrosis, a padecer diabetes, ya que la acumulación de grasa hace a las células resistentes a la insulina e, incluso, a problemas en el cerebro, ya que las células de este órgano también tendrían más grasa de lo aconsejable y no funcionarían como antes.
Tal y como han comprobado los autores de este trabajo, “una vez que se acumula grasa por encima de un nivel, se inhibe la actividad de los lisosomas, por lo que se crea un círculo vicioso: más grasa, menos lisosomas, y de nuevo más grasa”. Por eso, el siguiente paso de la investigación consistirá en ver si desarrollando terapias capaces de mejorar el proceso de autofagia se pueden prevenir enfermedades como las citadas anteriormente.
El grupo de Yeshiva ya ha comprobado en ratones viejos que se puede aumentar la autofagia mediante un modelo genético. Sin embargo, como la manipulación genética no se puede aplicar a toda la población a medida que envejece “tenemos que buscar compuestos químicos que hagan la misma labor”, concluye Cuervo.
En cuanto a si esta herramienta también podría reducir la obesidad, la autora explica que “indirectamente sí”. “La obesidad (o lo que vemos por fuera) está relacionada más con depósitos de grasa en los adipocitos (el tejido adiposo, los típicos ‘michelines’) y ahí la autofagia es distinta, pero lo que sí que es importante es que el proceso que nosotros hemos visto podría controlar las consecuencias de la obesidad, como las enfermedades cardiovasculares”.
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